Lo transpersonal podría entenderse como el ámbito en el que el deseo humano, así como los conocimientos, conclusiones, posturas y voluntades personales no representan un factor que determine lo que las cosas son. En tal sentido, la óptica transpersonal está sustentada en el reconocimiento del límite, de la carencia, de la pequeñez y ambivalencia de lo humano, de sus respuestas y de sus contrariedades. En lo transpersonal no se trata de tener fe, ni siquiera de seguir una doctrina o de meterse a una religión, sino que se reconoce que las fuerzas humanas no son suficientes para delimitar lo que es la realidad. En ese sentido, si bien no se contradice la fuente de las religiones, que originalmente tuvieron su origen en una auténtica búsqueda, no deberá entenderse a la filosofía transpersonal como un intento de acreditación de las religiones o sus dogmas. Tampoco se sostiene la bandera de algún tipo particular de deidad, sino que se parte del presupuesto de la imposibilidad de someter lo absoluto a la cognición humana.
Los alcances de lo transpersonal son tan variados como sean nuestras fuerzas de comprensión e intuición. No es esta una sentada bajo control, ni siquiera establecida o definida por completo, es un territorio en donde es más lo que no se ha dicho que aquello que se ha podido establecer. No obstante, la riqueza del terreno se ha empobrecido a partir del desinterés o la trivialización de lo sagrado. El hombre y la mujer contemporáneos han desistido de buscar, se han escudado en respuestas sencillas sobre lo numinoso, han establecido doctrinas y creencias o, peor aun, la han seguido sin conocerla a fondo. Ahí donde la barrera a la búsqueda se interpone en nombre de la creencia, se termina lo transpersonal e inicia el control de la humano, ya sea a partir de instituciones, tradiciones, moralidades, costumbres o sistemas coercitivos.
Lo transpersonal no es un sitio ni un estado mental, es una dimensión que puede ser intuida y rastreada en las distintas civilizaciones de la historia de la humanidad, en las cuales, siempre amuralladas por un contexto particular, ha brotado la semilla de la inquietud y la pregunta por aquello que existe más allá de nuestros afanes. Ciertamente es este un ámbito pantanoso, por eso es que, a pesar del intento por trascender las fronteras disciplinarias, se ha generalizado cierto tipo de desacreditación hacia lo transpersonal por considerarlo saturado de una especie de magia o superstición; no obstante, que un enfoque hacia el saber no se encuentre situado en los parámetros de lo medible o tangible no implica su menosprecio.
La motivación de lo transpersonal puede ser silenciada con el ruido de la rutina, del frenesí de un apogeo mundial siempre distraído por el exceso de información no clasificada, por las cadenas de estímulos que desorientan y desequilibran el santo sentido crítico. La trivialización ha opacado a la actitud reverente que es depositaria de nuestra potencia por incursionar e indagar en ámbitos inexplorados. De tal modo, la filosofía de lo transpersonal tiene por intención desprender al hombre de su distracción para poderlo focalizar en el llamado de su propio interior, en el palpitar de su esencia silenciosa que clama por ser reconocida.
Es evidente que toda filosofía nace en la pregunta humana, pero no por ello debe limitarse a las cuestiones subjetivas o relativas a lo fenoménico. Cuando se señala una filosofía transpersonal no se asume que surja en algo fuera de lo humano o que un no humano es quien la practica o la enseña, sino que indaga sobre un ámbito donde el centro de interés no es lo que el humano hace, sino el papel que este juega al estar inmerso en un contexto superior; no solo contextual o colectivo, sino también global e incluso cósmico. De tal modo, la filosofía transpersonal aborda el ámbito de lo místico, sin que esto la restrinja a las ideas que estudia la filosofía de la religión a pesar de que le son afines.
La importancia de la filosofía transpersonal en la actualidad radica en el retorno a la focalización no antropocéntrica, a la comprensión del hombre desde algo externo a él, en un sentido no solo sistémico, sino también espacial. Esta modalidad de pensamiento no desacredita otros auténticos paradigmas del pensamiento; por el contrario, se entiende que cuando estos están posicionados en una indagación seria, critica y comprometida resultan similares a las búsquedas intensas que han realizado los místicos en el transcurrir de nuestra presencia en el mundo. Si bien el científico, el artista, el filósofo o el místico tiene metas particulares cada uno, existen tópicos en común cuando cada uno se enfoca y queda absorto en el objetivo de su estudio, de su arte o de su convicción. En el caso de la filosofía transpersonal, el objeto de estudio escapa incluso a su nominalización, siendo asimilado, por tanto, de manera holográfica en las particularidades de cada pretensión intelectual.
Filosofía Transpersonal. Puentes, abismos y senderos. Héctor Sevilla Godínez